Seguía la señora repartiendo sus folletos entre los transeúntes a pocos pasos de la tintorería, al verle, Federico se da cuenta que había olvidado el recibo. Con cautela e inclinándose un poco hacia adelante cruza de nuevo la puerta de la tienda, allí estaba la misma chica, pero en su rostro no quedaban huellas de la expresión de picardía que había tenido hacia él hace un instante. Un cliente octogenario estaba reprochándole, de muy mal genio, no haber eliminado la mancha de su traje y la dependienta parecía no tener palabras que sirvieran calmarlo.
Federico da entonces un paso hacia adelante, toca el hombro del anciano para atraer su atención y le dice:
— Caballero, perdone que le interrumpa, ¿es usted el padre de Jean Bernard? …¡Sí, el mismo del famoso comercial de TV!
— Yo no salgo en ningún comercial, ¡no sé de que me habla jovencito! — le replicó el anciano, algo extrañado porque hasta ahora no se había percatado de su presencia. Parecía entonces estar tomando aire para reanudar el discurso donde lo había dejado.
— Señor, no me diga que no es usted, no puedo estar equivocado — le dice Federico antes que el hombre pudiera decir palabra alguna.
Omitiendo una respuesta, el anciano se limita a lanzarle una mirada fulminante y encausar de nuevo su atención a la dependienta, que estaba ahora, mas que todo sorprendida. Era la primera vez que ella escuchaba a su enigmático cliente decir más de dos palabras.
Imitando al actor del comercial, Fede dice a todo pulmón:
— Jean Bernard, ¿se puede saber que has hecho con la lavadora que ahora no para de lanzar espuma?... ¿Es así como le grita a su hijo? ¡Es genial!, simplemente genial — comenta con una gran sonrisa.
La expresión de disgusto en el ajado rostro del anciano le cedió paso a una contenida sonrisa.
— Señorita, disculpe mi comportamiento, he exagerado un poco. Por favor, dígame cuánto le debo.
— Ya le he dicho que no es nada señor, sentimos mucho no haber conseguido los resultados que esperaba.
— Hasta luego – dice el hombre antes de abandonar la tienda.
— Vuelva pronto — contesta ella, mientras le guiña el ojo a Federico.
— Muchas gracias señor Dominicci, supongo que ha vuelto por su recibo – dice la chica mientras extrae el comprobante de la caja — ¡Aquí lo tiene!
— Así es Gretel — contesta él luego de mirar el nombre en la placa que estaba prendida en su blusa. — Pero por favor, no me llames señor. Apenas acabo de cumplir los treinta.
La chica parecía haber olvidado el incomodo incidente, ahora solo le quedaba la curiosidad, que crecía con cada palabra que salía de los labios de Federico.
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