Federico Dominicci empezó a trabajar como corredor inmobiliario por casualidad, estaba en tercer año de la carrera de Publicidad cuando un amigo de su abuela Clementine le pidió que mostrara un inmueble de lujo. Lo que tenía que hacer era muy sencillo: estar en el sitio a la hora acordada, mostrar la propiedad y explicar condiciones de la negociación. La venta fue rápida y Federico recibió por ella una jugosa comisión. A partir de ese día él decidió hacer de esto su profesión.
Un buen día, cuando las ventas ya no iba tan bien, Federico recibió una carta donde le notificaban que era el único heredero de su abuelo Garspard Perrin. Esta carta le pareció una señal de cambio y siguiendo un impulso se embarcó al viejo continente.
Al llegar al viñedo de su abuelo, Federico empezó a sentir síntomas de alergia, entre estornudo y estornudo, apenas pudo presentarse a sus nuevos empleados. Cuando entró al château[1] se dio cuenta que este no era el castillo que había imaginado, aunque era bastante grande tenía un aspecto campestre, no habían cuadros antiguos ni obras de arte, las únicas piezas de roble eran las barricas que se encontraban en la bodega de vinos. En ese momento empezó a echar de menos el lujo al que estaba ya acostumbrado.
Los medicamentos para la alergia unidos al jet lag hicieron que Federico durmiera hasta las cuatro de la tarde del día siguiente. Al salir de su habitación escuchó comentarios nada halagadores entre un grupo de trabajadores de la finca:
— Es demasiado joven para llevar un viñedo como este — afirmó un anciano.
— ¡Vaya forma de vestirse! ¿Será que cree que aquí va a trabajar en una oficina? — dijo otro.
— Con solo verle se nota que es un perezoso — comentó luego la cocinera.
Federico pasó frente a ellos mostrando su mejor sonrisa, como si no hubiese entendido nada. Aunque hablaba muy bien el francés, prefería comunicarse con el personal de la finca a través de monosílabos. Necesitaba tiempo para enterarse cómo llevar el negocio y quería escuchar lo que decían de él los empleados.
De cada comentario que escuchaba, algo le quedaba muy claro, todos echaban de menos a su fallecido abuelo.
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