Curro había jugado varias competiciones de chapas y canicas y había perdido. El, que era un campeón, ¡había perdido! estaba claro que no era uno de esos días para recordar. Si ya tenía ojos negros gigantes, por motivo de su asombro aumentaron de tamaño como unas diez veces más, cuando encontró a la chica de sus sueños a carcajada limpia de la mano de aquel gamberro llamado Nico, y tampoco fue buena idea comerse en medio de clase la chocolatina derretida en el libro de matemáticas, lo que le ocasionó un castigo monumental, de esos que tienes que escribir cien veces lo que se le antoje al profesor. Al salir del colegio se dio cuenta de que había olvidado el cuaderno de ejercicios en la cajonera, iba a buscarlo cuando escuchó un grito.
-¡Curroooo! - Uno de sus mejores amigos le estaba esperando en la puerta en una preciosa bicicleta con dos asientos y cuatro pedales, se olvidó del cuaderno y corrió hacia él, enredándose en sus cordones mal atados y en su fastidio. Tenía el ceño algo fruncido, tal vez por el castigo, tal vez por conservar solo dos chapas y tres canicas. A Curro le gustaba vestir cómodo, casi siempre se le veía con una camiseta a rayas y unas bermudas anchas de color avellana a juego con su pelo. Al llegar a casa estaba la señora Nina que acababa de preparar unos estupendos huevos fritos con puntillitas por los lados y casi dorado. - Mmmmmmm ¡que ricos!-
-¡Un halago para mi paladar después del mal sabor de boca que me ha dejado este día!- sonrió y suspiró.
Después curro se marchó a su cuarto y apagó la luz, aunque dejó una lucecita encendida y se durmió.
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