domingo, 19 de febrero de 2012

Gaspard Perrin

En el invierno de mis 22 años, aprovechando que las viñas estaban en reposo invernal, papá me envió a París. Queríamos descubrir nuevas técnicas para comprobar la humedad del suelo. Nuestros vinos eran los mejores de la comuna de Saint-Estèphe, la calidad de nuestras uvas habían mejorado los últimos años gracias al novedoso sistema de riego que, en temporadas anteriores, implantamos mi padre y yo.

Fue durante ese viaje que conocí a Clementine, una chica italiana estudiante de la Sorbonne que frecuentaba la Biblioteca de Paris.

Al acercarse la primavera se abrían los primeros brotes de las viñas, su aroma se colaba a mi habitación junto al de las grosellas. No podía dormir, solo pensaba en aquella chica, pasaba las noches escribiéndole y durante el día no tenía cabeza para los proyectos de la finca. Al cabo de dos años ella obtuvo el título de Licenciatura en Letras y nos casamos. El calor de hogar volvió al Château Montrose.

Una noche de otoño fui a buscar a mi padre para cenar, lo encontré empapado, había caído al río por accidente. Clementine cuidó de él mientras yo hacía el trabajo que había dejado a un lado los últimos meses. La neumonía se llevó a mi padre, pero a los pocos meses nació Frantziska.

Mientras mi hija crecía yo trabajaba para conseguir el sueño de mi padre: Producir el mejor vino de Burdeos. En las noches de insomnio salía a comprobar la temperatura de las uvas o me iba a pasear por la bodega, podía estar días sin dormir. Cuidaba del viñedo como si fuese el único miembro de la familia Perrin que me quedaba.

Durante el poco tiempo que pasaba con mi mujer, ella no paraba de quejarse. Me reprochaba que ya no la llevaba a la ciudad, que se sentía sola, que casi todos los libros que teníamos hablaban de vinos y no tenía ya que leer.

Era primavera y una gota de lluvia cayó sobre mi mejilla, volví a casa por un beso de mí pequeña Frantzis, pero era tarde, en la mesa de noche había una nota fechada hace tres días:

«Nos vamos a Italia con mis padres.

La vida de campo no es para nosotras.»

Hoy saboreo un Château Montrose de 1961, ganador del Premio al Mejor Vino de la Comarca; delicado, sutil y elegante, como mi añorada Clementine.

No hay comentarios:

Publicar un comentario