martes, 20 de diciembre de 2011

Narradores

Aunque ya lo leí en clase, espero comentarios sobre mi trabajo, en especial sobre el relato con narrador en segunda persona que parece que no está muy logrado. ¿Propuestas de mejoras? ¿Críticas?

Narrador protagonista en primera persona

No puedo más. No soy tan joven como antes. Y se acerca cada vez más. Venga, venga, tengo que correr como cuando era un cachorro. Lo oigo ya casi pegado. Sus resoplidos casi acarician mi lomo y sus ladridos me están volviendo loco. Ya noto su aliento, húmedo y caliente y su lengua blanda, mojada como un trozo de carne recién sacado del frigorífico, toca mi cola. Y de pronto, veo mi salvación. Puede que mis patas no sean tan fuertes como hace unos años, que mis garras no estén completas pero sigo siendo ágil, mucho más que esos perros salvajes que se dedican a perseguirnos, cuyo cuerpo esta siempre cubierto de pulgas y que pelean incluso entre ellos por un pequeño hueso sacado de la basura. En cambio, nosotros estamos siempre limpios y amables ancianitas nos ponen leche o jamón de York; los niños nos llaman con sonidos seseantes y nuestros maullidos le dan un toque romántico a la noche. Veo el inmenso árbol y no lo dudo. Clavo con fuerza mis maltrechas garras en su corteza y subo a toda velocidad, justo a punto de evitar que los colmillos salvajes de mi enemigo me arranquen un trozo de cola. Asciendo ágilmente por el tronco y trepo por sus ramas hasta alcanzar una, cómoda y mullida por sus hojas. Allí me afilo las uñas con fuerza, me rasco el lomo contra él y me aposto entre el follaje esperando que algún ave se ponga a mi alcance y me sirva de alimento. Al final, ha sido un buen día.

Narrador en segunda persona

¿Qué es eso que se acerca? ¡Oh, no! Otra vez, no. Aléjate, aléjate. Que no, que no se te ocurra subirte. Nada, ni caso. Pero, gato apestoso ¿me estás escuchando?

Ay, ya empiezas. Que me clavas las garras. Ya sé que parezco fuerte, pero oye, que a mí también me duele ¿te enteras? Noto como cada una de tus uñas raspan mi corteza. Te lo ruego, sé más delicado. Cada uno de tus pasos es como un terrible rasguño. Venga, quédate tranquilo. Si quieres te dejo una de mis ramas. Pero, eh, era sólo para descansar. ¿Por qué me clavas de nuevo las uñas y con más fuerza aún si cabe? ¡Gato desagradecido!

¿Y ahora? Pero, ¿tú también? Oye, perro, no, no, no lo hagas. Sepárate de mí. ¿Por qué levantas una pata? ¿No estarás haciendo lo que creo? Pues sí, lo haces. Definitivamente, hoy no es un buen día.

Narrador omnisciente en tercera persona

El parque del pueblo parecía tranquilo. Era una calmada mañana de domingo de finales de verano. Los vecinos comenzaban poco a poco a desperezarse y empezaba a oírse el ruido de las persianas y los primeros pitidos del microondas mezclados con el zumbido de cafeteras. Por eso, el jaleo que se produciría poco después pillaría a todos de improviso, sobresaltando a los más ancianos del lugar (de taquicardia fácil) y divirtiendo a los más pequeños. Así, un cuarto de hora más tarde, cuando las amas de casa de mejillas sonrojadas y delantales perfectos almidonados, servían sus desayunos, una serie de ladridos, jadeos y rugidos detuvo todas las conversaciones. Los ojos indiscretos (y los no tanto) comenzaron a verse detrás de las ventanas para contemplar a esos dos animales enfurecidos. Un perro enorme, casi salvaje, de proporciones inmensas y ojos de un profundo odio negro corría desesperado detrás de un gato algo relleno cuyo aspecto parecía más cercano a la tumba que a la vitalidad que desprendía por su carrera. Era una combate igualado, digno de una competición pugilística, que enfervorizó a los vecinos y les convirtió en hinchas desbocados. Unos apostaban por la fuerza del perro y otros por la agilidad del gato pero nadie quedaba indiferente. Los niños aplaudían, los adultos animaban y los más viejos recordaban las carreras del hipódromo o el canódromo. Y entonces, el árbol dirimió la cuestión, en un abrir y cerrar de ojos, el felino subió con rapidez dejando al imponente can con un palmo de narices. Los perdedores echaron un suspiro y los ganadores supieron enseguida que ése, ése sería un día especial.


Amaya León (Irukina)

1 comentario:

  1. ¡Hola, Amaya!

    He intentado escribir tu relato en segunda persona (que no era), en uno que sí fuese. Pero sin cambiar los personajes, ni la perspectiva empleada, me temo que así no sea posible, aunque haya "hecho trampas".

    Podemos hacer la "trampa" de no usar un "te", un "me", etcétera.... Algo, en fin, que no "delate" al verdadero narrador de la historia (el árbol), sustituyéndolos por exhortaciones, y recursos por el estilo. Pero no deja de ser un narrador implícito en primera persona, dirigiéndose a otro todo el tiempo, aunque en vez de género epistolar, tú explotas el narrador testigo con el uso de la escena de manera continuada....¿es difícil esto de la segunda, eh?.

    Te muestro "mi trampa" a continuación (pregúntate "a dónde" o "a quién" y lo comprenderás mejor):

    <<¿Qué es eso que se acerca? ¡Oh, no! ¡Otra vez, no¡. !Aléjate, aléjate¡. ¡Que no, que no se te ocurra subirte!. Nada, ni caso. Pero, gato apestoso ¿estás escuchando?

    ¡Ay!, ya empiezas. ¡Cuidado con las garras!.¡Duele!. Por favor, sé más delicado. Cada uno de tus pasos es como un terrible rasguño. Venga, quédate tranquilo. Si quieres, vete a una de esas ramas. Pero, ¡eh, era sólo para descansar!. ¿Por qué clavas de nuevo tus uñas y con más fuerza aún si cabe? ¡Gato desagradecido!

    ¿Y ahora? Pero, ¿tú también? Oye, perro, no, no, no lo hagas. ¡Fuera!. ¿Por qué levantas una pata? ¿No estarás haciendo "eso"? Pues sí, lo haces. Definitivamente, hoy no es un buen día.>>

    Prueba a sustituir el tú-gato por el tú-árbol, refiriéndose a sí mismo, como una especie de introspección (o "espejo"), aunque introduzcas a los otros personajes. No sé si está por ahí el texto de Paz Boris, que era muy bueno en ese sentido , para que te fijes en él. Si no, al menos espero haberte ayudado.

    ¡Ah, se me olvidaba! ¡Felices Fiestas!

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