lunes, 12 de diciembre de 2011

ENTRE DOS DESIERTOS

Narrador en 2ª persona

      Juanjo, sólo tienes 18 años, deberías esperar un poco más de tiempo antes de intentar cruzar la frontera y reunirte conmigo. Tu sueño no se desvanecerá por ello. Pero te conozco y sospecho que mis palabras se van a quemar en tu impaciencia.
      En ese caso sigue mis consejos: no pidas a nadie el dinero que necesitas o durante años trabajarás  sólo para poder saldar tu deuda. En dos o tres meses te enviaré 3.500 dólares. Se que los días  te van a resultar eternos, pero no podré reunirlos  antes. Tendrás que ir a Altar; seguro, listillo, que ya lo sabes y que conoces también la forma de llegar a esa ciudad. Pero lo que quizá no sepas es que el 80% de esa población se dedica al "negocio del inmigrante" y que muchos de los guías que se ofrecen allí para ayudar a cruzar la frontera son traficantes sin escrúpulos. En ocasiones, después de haberles sacado el dinero a pardillos como tú, les abandonan en mitad del desierto. Yo te daré el nombre del guía que tienes que buscar.
      Por último,  antes de iniciar el viaje, llena tu mochila con todas las botellas de agua que puedas y no cargues ni siquiera con la foto de tu chica. Creo estar viendo tu despectiva sonrisa. No, no es verdad lo que estás pensando, no exagero;  haz casoa tu hermano chaval. Nunca me has escuchado,  pero esta vez es tu vida la que vas a poner en juego.

Narrador omnisciente

      El autobús se detiene en la plaza. Juanjo, cansado e impaciente desciende de un salto dejando detrás al resto de los pasajeros. Después de dos días de viaje ha llegado a Altar, la ciudad que no sería nada más que un punto en el mapa si no se hubiera convertido, desde hace años, en la puerta que abre el sendero hacia la tierra de promisión.
      Sabe que su camino no será fácil, que durante tres días tendrá que atravesar, a pie, un desierto traidor, como traidores son muchos de los contrabandistas que viven de guiar a los desesperados que se atreven a adentrarse en él. Pero el muchacho no cree que ese desierto de arena que le espera pueda ser peor que aquél de enormes dunas de miseria y olvido del que quiere escapar. Oculta bajo la camisa, ciñéndole la cintura, lleva un faja en  la que, antes de iniciar el viaje, reaprtió  los 3.500 dólares enviados por su hermano. La mano derecha,  dentro del bolsillo del pantalón,  aprieta un papel en el que grabó el nombre del guia y la dirección del bar en donde ha de encontrarle. Y hacia allí se dirige con paso decidido, cargado con su mochila llena de botellas de agua.

Narrador testigo
     
      Fue puntual, muy puntual; como todos los que llegan a esta ciudad en busca de un tipo conocedor de la región. Le veía acercerae desde el bar en el que debíamos encontrarnos. Sólo se detuvo cuando llego a la altura de mural que, en medio de la plaza que no separaba, como un último aviso, han levantado los funcionarios de inmigración. Es un mural pintado en memoria de los cientos de personas que mueren anualmente durante la travesía del desierto. Lo miró con interés, incluso con respeto, diría yo. Pero aquella pausa sólo duro un par de minutos; enseguida, el pobre diablo, reanudó su camino con paso, ligero, resuelto, audaz.
      Al llegar junto a mi se presento diciendo: soy Juanjo, el hermano de Manuel. En su mirada expectante no ví la menor señal de desconfianza. Puede que le ofreciera garantía el hecho de que, hacía ya varios años, había ayudado a su hermano a cruzar la frontera. ¡Infeliz!, para mi sólo era una más de mis presas. Con razón a los de mi gremio nos llaman "coyotes". No me importaba su nombre, ni el de su hermano; nunca admito confidencias de mis clientes, tana sólo me importa el dinero que llevan encima.
      No sé que habrá sido de él. A mitad de camino nos topamos con una de las milicias civiles que últimamente patrullan también por esta zona. Salí huyendo. El llevaba suficiente agua como para sobrevivir varios días más en ese infierno y no me pareció una presa fácil de acorrarlar. Quizá consiga llegar por sí mismo al otro lado de la frontera.
       En fin, este negocio se está complicando demasiado, ¡cuánto me gustaría trapichear con algo menos arriesgado! No quiero dar con mis huesos en alguna de las cárceles de este puto país.


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