martes, 20 de marzo de 2012

Canción en si bemol

Índice

1. Wiskey in the jar (Thin Lizzy)

2. A pain I’m used to (Depeche Mode)

3. John, I’m only dancing (David Bowie)

4. Lucy in the sky with diamonds (The Beatles)

5. Everybody hurts (REM)

6. I’m through with love (Chet Baker)

7. Who wants to live forever (Queen)

8. Listen to what the man said (Paul McCartney)

9. My wife’s hometown (Bob Dylan)

10. Suicide Blonde (INXS)



Desde la botella que abrazaba Jota hasta la puerta de entrada del apartamento se extendía un camino bien perfilado de gotas de whiskey. Llevaba dormido desde poco antes de amanecer. A media mañana Lucía Sambold cogió su bolso y siguió el rastro de alcohol sobre el suelo hacia la salida, como una metáfora de la vida que le había tocado vivir. La vida real no le había enseñado cómo salir del torrente de desgracias en la que estaba sumida desde que estaba con Jota. Su desgracia era como una maleta que la acompañaba a cualquier lugar y a cuyo peso se había acabado por acostumbrar.

Cansada, se dirigió hacia la cárcel de cristal donde trabajaba, en la que decenas de pares de ojos al día contemplaban cómo se contorsionaba cada vez con menos ropa. Unas pocas monedas para conseguir que aquellos desconocidos olvidaran su vida, unas pocas monedas para que Lucía se hundiera más en su propio infierno. Al acabar sus horas de exhibición regresaba con Jota, volvía a soportar sus humillaciones, le decía que solo bailaba, que era la mejor forma que tenían de ganar algo de dinero, que lo hacía por los dos. Pero lo único que conseguía eran golpes secos con sabor a wiskey y soledad. Jota se marchaba al anochecer y todo volvía a comenzar de cero, con sus pastillas, sus gramitos de coca, su ginebra y su momento de intimidad, el único en el que podia liberarse y volar.

No pasó demasiado tiempo hasta que Lucía tomó la decisión. Fue fácil, solo tuvo que asestarle dos puñaladas en el cuello mientras dormía abrazado a la botella de Johnny Walker. Tal y como había visto en una película. Se acabó. Todo el mundo hace daño, tú me lo hiciste y yo te lo hago, pensó rabiosa mientras le mataba. Cogió sus dos maletas; en una llevaba sus cosas, la otra tenía pensado vaciarla. No fue a trabajar. Aquel trabajo sería lo primero de lo que se deshiciera de su segunda maleta. Después abandonó las ganas de enamorarse de nuevo. Sintió que se avecinaban cambios, que todo iba a ser diferente a partir de aquel momento.

– ¿Pensó en suicidarse?

Sonrió. Se frotaba las manos nerviosa. Unos mechones de pelo rubio que se escapaban de su coleta tapaban parcialmente sus ojos. Fue capaz de reunir la fuerza suficiente como para matar a un hombre que la torturaba y no pudo quitarse de en medio y dejar de sufrir.

– Soy demasiado cobarde para hacerlo. Pero no quiero vivir para siempre, se lo dije al psicólogo de aquí, y creo que por eso me han puesto en un programa de prevención de suicidios. Por aquel entonces no es que tuviera demasiadas ganas de seguir viva, pero debía continuar. Pensaba “¿Y si pudiera irme?”, “¿y si cambiara mi suerte?”, “¿y si pasara desapercibida?”. Demasiados condicionales y demasiados condicionantes. Quizá esperaba un trío de ases en la siguiente mano. Es una pena que nunca aprendiera a jugar al póker.

– Pero conoció a aquel hombre. ¿Cómo se llamaba?

– Barrientos. Sí, era el dueño de la pensión de Bilbao donde malvivía. Un buen hombre. Hablaba mucho con él. Necesitaba alguien con quien desahogarme y me decía a mí misma que debía escucharle, escuchar sus consejos, su experiencia. Me hablaba de su mujer y de los problemas que tuvo cuando fue a vivir con ella a su ciudad natal. Algo parecido a lo que me ocurrió a mí con Jota. Pobre, le utilizaba como si fuera un psicólogo para intentar limpiarme por dentro.

Una sirena atronó en la sala y dos funcionarios con cara de pocos amigos entraron en ella. Agarraron a Lucía Sambold de los brazos y le indicaron que era hora de regresar a la celda, la misma en la que pasaba cada día desde hacía tres años. Miró hacia atrás. Yo ya había desconectado la grabadora y le agradecía el tiempo que me había dedicado mientras se la llevaban.

– Si algo me sobra ahora es tiempo. Confío en que escribirás un buen artículo –gritó desde el pasillo de seguridad.

El reportaje fue portada dos días antes de que Lucía Sambold apareciera muerta en su celda.

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